Por Kevin DeYoung
Los cristianos en el Occidente están familiarizados con la apologética como un ejercicio intelectual o como una visión del mundo. Sin embargo, estamos menos familiarizados con la apologética como un medio de defensa legal. Esta es una falta de uso y costumbre que debe ser rápidamente corregida.
Nosotros cristianos necesitamos desarrollar una teología para defendernos en los tribunales, ya que han habido enfermeras que han sido despedidas por orar por sus pacientes, así como han despedido a personas de sus trabajos por apegarse a los puntos de vista bíblicos respecto a la homosexualidad. Aunque desde luego siempre pondremos la otra mejilla, hay que ir un poco más allá y amar a nuestros enemigos cuando nos confrontemos con ofensas personales (Mateo 5:38-48). No debemos asumir que defendernos frente las autoridades gobernantes—a veces vigorosamente y de manera desafiante—es inconsistente con ser un seguidor de Cristo o que esto sea contrario a la propagación del evangelio.
Consideramos al libro de Hechos de los Apóstoles como el texto misionero más importante en la Biblia. Esto es, desde Pentecostés a la persecución de Pablo en sus jornadas de misionero, vemos la palabra de Dios ir desde Jerusalén hacia Judea y desde Judea a Samaria y a los confines de la tierra. Pero, adicionalmente, al ser una narrativa sobre el gran avance misionero, el libro de Hechos fue escrito como una defensa legal. Lucas se esforzó mucho para demostrar al excelentísimo Teófilo, probablemente un oficial romano o integrante de una élite de la sociedad, que la cristiandad no estaba obsesionada con derrocar al régimen romano y no incurría en violaciones a las previsiones legales religiosas de la ley romana. Cinco veces en la última sección principal del libro (Cap. 21-28), observamos cómo Pablo defiende la legitimidad espiritual y legal de su evangelio y su ministerio: esto frente a una muchedumbre en Jerusalén (22:1-21), ante el concilio (23:1-10), ante Felix (24:1-27), frente a Festus (25:1-12), y ante a Agripa (26: 1-32). En estos capítulos, encontramos de manera repetitiva la palabra (o una versión de la palabra) apologética mientras Pablo elabora su apologética o defensa (22:1; 24:10; 25:8; 26:1–2, 24; cf. 19:33). El apóstol Pablo en el libro de Hechos es a la vez un misionero, un pastor, y un apologista cultural.
Nosotros debemos destacar cuatro cosas acerca de la defensa de Pablo, en particular acerca de su primera defensa en Jerusalén (21:27–22:21).
1. Pablo Tenía Razón al Dar una Defensa
Existía una oposición muy firme al apóstol Pablo y a su ministerio. Esto en parte se debía a las serias diferencias teológicas entre los judíos y los cristianos de ascendencia judía. En parte, esta oposición se debía a una animosidad personal en contra de Pablo, y en otra parte se debía también a la desinformación y las calumnias. La gente estaba dispuesta para pensar lo peor acerca de Pablo (o preparada para fabricar cualquier mentira dañina acerca de él). Ellos pensaron que Pablo había introducido a un griego en el templo (21:27-29). Consideraban que pertenecía a un grupo guerrillero revolucionario llamado Los Asesinos (21:38). Todo esto constituía la receta perfecta para el odio y fomentar el ataque violento.
Ya podrás ver porqué Pablo estaba tan agradecido con aquellos que no se avergonzaban de su encadenamiento (2 Timoteo 1:16) y también porqué esto constituía tal consolación para los cristianos perseguidos en libro de Hebreos, al grado que Jesús no se avergonzaba en llamarles sus hermanos (Hebreos 2:11; cf. 10:33). Siempre había un costo al asociarse con gente como Pablo. Al igual que Jesus, él era controversial, dispuesto a batallar, e involucrado en líos legales. Pablo no evitó el inmiscuirse en líos. Nunca encontró una manera de ser a la vez lo suficientemente agradable hacia todos y al mismo tiempo estar involucrado en temas de justicia social (Gal. 2:10) para lograr que sus enemigos le dieran una palmada en la espalda o que simplemente lo dejaran en paz.
2. Pablo Estaba Dispuesto a Dar una Defensa
Hay momentos en las epístolas de Pablo en donde se rehusa a defenderse a sí mismo (aunque después si lo hace). Él entiende que, en ocasiones, nos metemos en mayores problemas al tratar de responder a cada una de las acusaciones que se lanzan en nuestra contra. Jesús no hizo mucho para defenderse a sí mismo. Pero esto quizás no es el mejor ejemplo ya que su misión específica era la de morir para expiar nuestros pecados. Siendo el punto el siguiente: nadie debe (aunque pueda) defenderse a sí mismo en contra de cada oponente, ante cada injusticia, o ante cada daño.
Pero “cada” no es lo mismo que ninguno. De hecho, en los últimos capítulos del libro de los Hechos, dotarse de su propia defensa para su ministerio evangelizador es la preocupación principal de Pablo.
Al tratar con los romanos, Pablo no duda en afirmar sus derechos como ciudadano romano (Hechos 22:22-29) o a comunicarle a la gente que él viene de la impresionante ciudad de Tarso (21:29). Y cuando trata con los judíos, él no duda en enfatizar sus acreditaciones judías—que ellos son sus hermanos y sus padres (22:1); que él puede hablar su mismo lenguaje (v. 2); que él había sido entrenado por el rabino más importante de su época (v. 3); que él estaba pleno de fervor (v. 4); que su conversión fue atestiguada por un hombre devoto y bien respetado (v. 12); y que al igual que el profeta Samuel, él estaba rezando en el templo cuando recibió una visión (v. 17).
En su primer defensa en Jerusalén ante los judíos, al igual que en sus defensas subsecuentes frente a magistrados romanos, Pablo se esfuerza para demostrar no solo que su mensaje es congruente con el judaísmo y que es sancionado por Dios, sino además que él no había violado ninguna ley y que no merecía el maltrato que estaba recibiendo. El mismo Pablo quien no tuvo miedo a sufrir en Jerusalén y quien consideraba que su vida no tenía valor si no pudiera predicar el evangelio (Hechos 20:22-24) fue el mismo Pablo quien no iba a permitir que sus derechos legales fueran socavados ni a permitir que las acusaciones más graves contra él no recibieran contestación. Pablo entendía que aceptar injusticias de manera mansa podría haber sido algo más simple y posiblemente personalmente más satisfactorio (Hechos 5:41). Pero en su caso (al igual que un número creciente de nuestros casos), la negación a defenderse a sí mismo no habría sido de servicio a la causa del evangelio. Su silencio no hubiera fortalecido a Teófilo en la fe y no hubiera ayudado a una iglesia incipiente. Pablo quería demostrar que esta nueva fe no era anti judía y que no incitaba a la rebelión contra Roma. Pablo afirmaba su ciudadanía romana y desafiaba a aquellos como Félix, Festos y Agripa para que él pudiera completar su misión y llevar el evangelio al corazón del imperio romano. Él sabía que, en ocasiones, defender la fe significa también defender los derechos que Dios nos ha otorgado.

3. La Defensa de Pablo Solía ser Inefectiva
En el libro de Hechos 22, vemos cómo los discursos brillantes de Pablo podían ser fracasos monumentales. Pablo ni siquiera puede terminar su defensa sin que la muchedumbre reclame su muerte (v. 22). Él tenía la verdad de su lado. Pero la verdad no siempre vence en un tribunal, mucho menos en ante la muchedumbre. Es cierto: Pablo tuvo más éxito explicando su caso a los romanos que ante su propia gente. Pero aún así, nunca recibió el triunfo vigoroso que él merecía. Su defensa
puede haber sido convincente para los magistrados romanos, pero ellos estaban satisfechos colocando la experiencia política por encima de la integridad personal. Hechos 28 termina triunfalmente con el avance del evangelio (v. 31). Y aún así, Pablo permanece bajo arresto domiciliario y será eventualmente ejecutado unos años después bajo el regimen de Nerón (2 Timoteo 4:6).

4. Pablo Utilizó su Defensa Como una Oportunidad Para Predicar Sobre Cristo
Pudiera parecer que Pablo estaba obsesionado con rendir su testimonio en los últimos capítulos de los libros de los Hechos. Pero la única razón por la cual él desea rendir su testimonio es para atestiguar en nombre de Cristo. Una y otra vez, al ser juzgado, Pablo encontró una manera para hablar de la resurrección de Cristo, acerca de la fe y el arrepentimiento, y acerca de la identidad mesiánica de Jesús. Nosotros podemos rápidamente decir: “Paremos con estos pleitos, con toda esta controversia, y estos temas de guerras culturales y concentrémonos mejor en el trabajo de la evangelización”—¡cómo si la defensa de Pablo no fuese también evangelización! Hoy más que nunca debemos estar preparados por si alguien nos pregunta por una razón que respalde la esperanza que tenemos—aún cuándo ellos de manera equivocada crean que nuestra esperanza en realidad es odio.
Para Pablo, defender la fe fue tan importante como predicarla porque él no consideraba que eran tareas distintas. Él era un misionero de corazón. Su pasión fue la proclamación del evangelio, aún si esto le costara la vida. Él estaba listo para morir siempre y cuando se tratara de su muerte más no la muerte de la libertad para que el evangelio avanzara de una manera audaz y sin restricciones.
Pablo aceptaba que su vida fuera corta siempre y cuando esto permitiera que avanzara la propagación del evangelio. Pero mientras el mismo evangelio fuera desdeñado, mal representado, y de una manera injusta marginado, él no se iba a someter a las calumnias o a rendir un solo derecho cívico. Él continuaría predicando el evangelio cristiano, defendiendo la legitimidad religiosa y legal de la fe cristiana. Y en ningún momento aceptaría o creería que ambas tareas estaban dirigidas a fines distintos.
La oposición a la cristiandad ortodoxa probablemente crecerá en los años por venir, especialmente en los países que anteriormente constituían la Cristiandad Occidental. Sin duda, habrá ocasiones cuando tendremos la gloria de ignorar una ofensa (Proverbios 19:11). Pero nunca cuando la reputación de la iglesia y la extensión del evangelio estén en juego. El defender la fe y nuestras libertades no deben ser contrapuestas. Si queremos que Cristo sea conocido en nuestros días, no podemos permanecer en silencio acerca de su trabajo redentor ni tampoco acerca de nuestros derechos como sus testigos.

Publicación completa con permiso para distribución otorgado por Christian Concern.
Kevin DeYoung es Pastor Principal de la iglesia de Christ Covenant en Matthews, Carolina del Norte, EEUU y mantiene un blog intitulado The Gospel Coalition’s DeYoung, Restless, and Reformed.
Segunda edición, revisada en 2018.